lunes, 5 de julio de 2010

El hábito de la vida cara: perspectivas sobre el poder adquisitivo en Venezuela

La frase “ser rico es malo” ha sido cuestionada tantas veces como fue emitida por el primer mandatario nacional al referirse al modelo económico que propone el Socialismo del Siglo XXI. Sin embargo, la constante alza de precios de los productos básicos, batallada por la regulación gubernamental, obliga a los venezolanos a buscar más allá de las posibilidades de su quincena sólo para cubrir las demandas primarias.



En Venezuela, el salario mínimo fue aumentado en el 2010 a 1.223,69 bolívares fuertes por una jornada de ocho horas de trabajo. Se trata de la decimosegunda transformación en un período de 11 años, constituyendo así la mínima remuneración más alta de América Latina. Apartando esto último, en el país se ha producido más de un aumento por año. En el Reino Unido, por ejemplo, no se producen alzas desde el año 2007. ¿A qué se debe esta diferencia?


Partiendo del propio concepto de poder adquisitivo, la capacidad de compra de bienes y servicios que poseen los individuos está determinada por el salario que reciben. Este salario debe ser proporcional al costo de vida, es decir, a los precios que poseen estos bienes y servicios. Por lo tanto, un país que muestra numerosos aumentos en su salario mínimo evidencia entonces una constante alza de los precios en el mercado interno.

Ante esta situación, se hace pertinente la pregunta de si el poder adquisitivo del venezolano es correspondiente con la realidad inflacionaria que vive el país y al salario que recibe para cubrir sus necesidades mínimas. Tal vez, una mirada hacia afuera, traspasando las fronteras del territorio nacional, sirva para esclarecer un poco este dilema, entendiendo que no siempre vivir del salario mínimo es vivir al límite de la pobreza.


Todo es caro

Al hablar del poder adquisitivo del venezolano es inevitable tomar en cuenta la influencia del factor inflacionario, el cual se situó para el año 2009 en un 25,1 por ciento, convirtiéndose así en la tasa más alta de América Latina, y una de las más altas del mundo.

Pero, ¿cuáles son las implicaciones de este índice? Según Carlos Campos, profesor de Economía y administrador egresado de la Universidad Católica Andrés Bello, la inflación viene dada por un desequilibrio monetario, es decir, la masa monetaria de un país no corresponde con la productividad, el número de bienes y servicios que se está comercializando. Al haber más dinero y menos bienes y servicios producidos, estos últimos se encarecen.

El aumento de precios se puede observar claramente en las cifras proporcionadas por el Banco Central de Venezuela, organismo que, junto con el Instituto Nacional de Estadística (INE), calcula mensualmente un indicador conocido como el Índice Nacional de Precios al Consumidor. Estos datos se obtienen mediante el seguimiento de los precios de 362 rubros que componen la canasta familiar, agrupados en 13 categorías. Únicamente en el rubro alimentario, se observó una variación de precios de 20,5 por ciento, en el primer trimestre del 2010, más alta que la arrojada los primeros trimestres de los dos años anteriores.

Sin embargo, no hay que remitirse a los cálculos oficiales para observar el aumento de los precios. Juan Manuel Gomes, comerciante dedicado al sector alimentario, declaró que se ha visto forzado a aumentar los precios de su mercancía, debido a que los productos que comercializa “son más caros y no se consiguen”. También admitió que sus ventas han disminuido: “Ya no te compran como antes. Imagínate, lo que aumento aquí, más el transporte. Todo afecta”.

La inflación, aunada a la escasez, y la incapacidad del sector productivo nacional para satisfacer las necesidades de sus consumidores internos, afecta negativamente el poder adquisitivo del venezolano, quien se ha tenido que resignar a pagar más para recibir menos.


No existe paridad del poder adquisitivo

Según cifras ofrecidas por el Banco Central de Venezuela, la inflación afecta principalmente a los sectores más pobres de la población. De acuerdo con este organismo, una persona perteneciente al 25 por ciento más pobre, invierte 45 de cada 100 bolívares a la compra de alimentos, mientras que la proporción para el estrato más alto es 15 bolívares de cada 100. Esta disparidad es interna. Pero vale la pena preguntarse si este desequilibrio también se observa entre sectores sociales similares en países distintos.

Para establecer la comparación, ya que no se puede hablar de precios, se tomará como punto de partida el salario mínimo y los bienes que se pueden adquirir con él. En Venezuela, si un individuo adquiere sus alimentos en Mercal, podría realizar sus compras con aproximadamente 35 bolívares fuertes, tomando en consideración que se compran cantidades para una o dos personas y sólo se adquieren los siguientes productos básicos: harina, leche, pasta, arroz, pollo, arvejas, azúcar, caraotas, lentejas y margarina, sin contar la carne. Esto implica que un venezolano remunerado con el salario mínimo debe destinar el sueldo de casi un día de trabajo para comprar alimentos, si se cumplen estas condiciones.

En países desarrollados, como el Reino Unido, ir al supermercado y adquirir estos mismos productos básicos tiene un costo de alrededor de 15 libras, tomando como referencia los precios de productos “value”, que son los más económicos. El salario mínimo en el Reino Unido es de 5,52 libras, si se es mayor de 22 años, lo que implica que para hacer las compras semanales un individuo debe invertir el salario de casi tres horas de trabajo.

Si se toman como referencia productos más costosos, no regulados por el gobierno, la diferencia es aún más marcada. Además, sólo se considera el rubro alimentario; otros gastos como vestimenta, calzado, servicios, alquileres y transporte implican mayor disparidad, tomando en cuenta las pensiones y ayudas gubernamentales que existen en otros países.
Así lo señala Michelle Amador, una venezolana que emigró a Inglaterra hace ya ocho años. Tanto en este país como en su tierra de origen, Amador trabajaba como maestra de preescolar, y afirma que en Venezuela: “El sueldo únicamente me alcanzaba para pagar las mensualidades de un carro nuevo de agencia que había comprado (…). Por eso, después en la tarde, hacía rondas de transporte (escolar) y con lo que los padres me pagaban por ese servicio pagaba la gasolina, comida y el resto de los gastos normales”. Admitió luego que cuando se mudó a Inglaterra comenzó a trabajar en un preescolar a tiempo completo, y con el sueldo que ganaba podía mantenerse sola alquilando una habitación y pagando sus gastos de alimentación, vestimenta y transporte. Ahora, como supervisora de este preescolar, Amador puede costearse el alquiler de un apartamento de una habitación y vivir “no con todos los lujos, pero sí vivir normal, algo que nunca hice cuando estaba en Venezuela”.

La maestra de preescolar enfatizó en el hecho de que, en Inglaterra, existen maneras de que con un salario mínimo se puedan adquirir los bienes y servicios necesarios para llevar una vida digna. “Todo trabajo cuenta”, manifestó. Por su parte, el diseñador Luis Rafael Arocha, quien cuenta con tres años de residencia en el país, ha trabajado la mayor parte de su tiempo en Inglaterra como mesonero. Él también expresó que con su salario una persona sola puede independizarse económicamente, alquilando una habitación y pagando sus gastos, e incluso cuenta con suficiente dinero para momentos de esparcimiento. Sin embargo, dado a que en Venezuela poseía un mayor cargo, no siente que su poder adquisitivo ha aumentado, pero sí destaca: “Un trabajo sencillo te da la oportunidad de ahorrar, que era algo que en Venezuela veía casi imposible”.


Posiciones encontradas

A pesar de que lo expuesto refleja las dificultades del venezolano común para subsistir e independizarse económicamente como empleado u obrero, el sueldo mínimo sí cubre el costo de la Canasta Normativa Alimentaria (CNA), fijada para alimentar a una familia de cinco personas.

El Gerente General de Estadísticas Sociales y Ambiente del Instituto Nacional de Estadística (INE), José Rafael López, declaró para la Agencia Bolivariana de Noticias: “Si se realiza un análisis superficial sin saber qué es la Canasta Normativa Alimentaria, se incurre en un error de comparación; no se puede comparar el salario mínimo, que es calculado por cada persona ocupada con la CNA, ésta está calculada para que el grupo familiar (y no una sola persona) adquiera los alimentos requeridos para satisfacer sus necesidades alimentarias”.
La ABN también reseñó: “Si la familia adquiere los principales productos de la cesta alimentaria en la red de mercados populares del país, como Mercal y Pdval, podría ahorrar hasta el 40% de lo que gasta en un punto de venta privado”.

Sin embargo, aunque venezolanos de todos los niveles económicos se ven afectados en mayor o menor grado por la inflación y la escasez, resulta ingenuo asumir que todos adquieren sus productos en mercados populares.

Esto genera una dificultad en el cálculo del sueldo mínimo, ya que en Venezuela existen diferentes cestas de bienes y servicios, debido a que no es lo mismo comprar en Mercal que comprar en Excelsior Gama. Así lo señaló el profesor Carlos Campos, quien declaró: “Si yo fuera planificador económico establecería que el sueldo mínimo debería ser suficiente para que una persona pueda comer, se pueda vestir, pueda pagar servicios, etc.; pero ¿cuál es la base que yo tengo para determinar qué comer, qué vestir?”. Según Campos, todo resulta en una mala planificación por parte del Estado venezolano. “El Estado considera que todo el mundo tiene que ir a comprar a Mercal porque todos los precios están controlados”, manifiesta, por lo que el cálculo resultante del salario mínimo siempre será relativamente bajo.

A pesar de todo esto, el Presidente del INE, Elías Eljuri, declaró a los medios que el poder adquisitivo del venezolano había aumentado en un 18 por ciento en los últimos 10 años, señalando además que “la inflación durante la década anterior al Gobierno del presidente Hugo Chávez fue 11 veces mayor que la acumulada en los últimos 10 años”. Sin embargo, se debe considerar que durante los primeros años del gobierno de Chávez, Venezuela experimentó una bonanza petrolera, cosa que no sucedía diez años atrás, cuando la economía todavía se estaba recuperando del colapso sufrido en la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez.








Ahora que la economía ha decaído en un 5,8 por ciento, según cifras del BCV, y la inflación no parece retroceder, es difícil que el poder adquisitivo del venezolano salga ileso. Sin embargo, tal vez esta situación no es tan evidente porque la población no ha cambiado sus hábitos de consumo. “Un adjetivo para describir al consumidor venezolano es psicótico”, declaró Campos. La histeria consumista generada luego del anuncio del presidente Chávez sobre la devaluación del bolívar, sirve de ejemplo idóneo para ilustrar este concepto. Y también funciona para demostrar hasta qué punto los ciudadanos son capaces de ignorar el elevado costo que tiene su mera supervivencia en Venezuela.

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