El Ávila siempre ha protegido a la ciudad de Caracas. El 21 de marzo Caracas falló en protegerla a ella. Implicaciones, causas y soluciones de una tragedia que amenazó con asfixiar al querido pulmón vegetal
El cerro El Ávila ardió por varias semanas bajo la mirada dolorosa de los caraqueños, impotentes ante aquella demostración de lo que una intensa sequía atípicamente prolongada puede ocasionar en el medio ambiente. Por supuesto, las causas de esta tragedia ambiental no se le pueden atribuir únicamente a un fenómeno climático. La mano del hombre, bien sea por descuido o acción intencional, constituye el detonante principal de desastres de este tipo. Sin embargo, no es la primera vez que la comunidad vegetal del Warairarepano se ve afectada por incendios forestales de gran magnitud.
El año 2001 culminó con casi 400 hectáreas quemadas, superando los totales de los dos años anteriores. Pero el peor momento lo vivió El Ávila a dos años de haber sido nombrado Parque Nacional: en el incendio de 1960, que se llevó consigo más de 1300 hectáreas de montaña, es decir, en un período menor a dos semanas ardió alrededor de tres veces la cantidad de hectáreas totales del año 2001.
Ante aquella tragedia ecológica, el entonces presidente de Instituto Nacional de Parques (Inparques), José Rafael García, implementó un plan de restauración del ecosistema basado en la sucesión natural. Uno de los principales retos era deshacerse de la vegetación de sabana que, aunque crece con rapidez, inhibe el crecimiento de otras plantas de mayor tamaño y frondosidad capaces de proteger mejor el suelo. Además, arde rápido a la hora de un incendio. Por lo tanto, el objetivo era sembrar las llamadas plantas pioneras autóctonas, como la tara amarilla, y romper con la vegetación de sabana, lo cual ayudaría al posterior crecimiento de árboles, o plantas clímax, y, finalmente, al desarrollo natural del ecosistema.
Este proceso puede aplicarse nuevamente en la actualidad, cuando se inicie el período de lluvias, para recuperar las áreas perdidas en el último gran incendio del 21 de marzo. Incluso, la antigua restauración que rompió con la vegetación de sabana puede facilitar el trabajo de las nuevas labores de reforestación. Sin embargo, esta vez el incendio, aunque de menor magnitud, vino acompañado de un nuevo fenómeno: la calima, causado por la combinación de cenizas, material particular del suelo y sales marinas que queda suspendida en la atmósfera y provoca la aparición de aquella capa grisácea que cualquier observador ingenuo podría confundir con neblina. Lamentablemente, sólo se podrá decir adiós a la calima cuando se salude la llegada de las lluvias.
Tanto este fenómeno meteorológico como la voraz propagación de los incendios se deben sobre todo a un factor de suma importancia, ausente en los años 60, e incluso en el cercano 2001, y cuya cuota de responsabilidad es aceptada por conocedores y expertos en la materia. Se trata de la sequía, alargada y fortalecida por el fenómeno climático “El Niño”. Esto abre algunas interrogantes sobre el balance entre la mano del hombre y la naturaleza en cuando a las causas, consecuencias y soluciones de desastres ambientales como los incendios forestales en El Ávila.
La columna de humo: ¿Intención o negligencia?
Al final de la tarde, el domingo 21 de marzo, la central de radio de la Estación de Bomberos Forestales “Pajaritos” recibió un llamado de alerta de la frecuencia Ávila 25. Como bien sabe Alexis Granado, Inspector General de Servicios en esta estación, el llamado correspondía al puesto del guardaparques ubicado en Duarte. Admitió luego que durante el año se han presentado alrededor de 70 incendios en la zona, por lo que la llamada de algún guardaparques reportando una “columna de humo”, terminología utilizada para referirse a posibles incendios, no es del todo inusual. Se desplegaron entonces las unidades de verificación y, efectivamente, se detectaron las llamas. Según el inspector, el personal conectó con la red de hidrantes, que cuenta con una presión de 550 libras. Sin embargo, el procedimiento resultó inefectivo ante lo que ahora eran llamas de siete, ocho y nueve metros de altura.
Fueron tres focos distintos, ubicados entre los estribos de Cachimbo y Duarte, los que amenazaron de muerte a la vegetación del Parque Nacional, y en esto vuelve a diferir dicha hoguera con la del 60. La imposibilidad de controlar el fuego por descargas terrestres y la deshidratación de la flora provocó que el incendio se propagara peligrosamente. Se activó el uso de helicópteros de la Guardia Nacional para hacer descargas aéreas y personal de contingencia por aire y tierra. Gregory Pérez, bombero forestal, admite haber flaqueado ante las llamas ubicadas a escasos metros de su cuadrilla. Su labor como parte del personal de tierra era elaborar líneas de defensa y zanjas para detener el fuego. También tuvo que enfrentarse a incendios subterráneos. “Son incendios en los que no ves la llama como tal, las llamas están es a nivel del colchón vegetal y lo que se ve es humo”, explicó el bombero.
A pesar de la ardua labor, hubo expertos que criticaron la forma en la que se manejó el control del desastre, entre ellos el mismo José Rafael García quien, al igual que su colega Mario Gabaldón, presidente de Inparques entre 1989 y 1995, denunció a los medios el escaso mantenimiento del cortafuegos y del sistema de hidrantes. Sin embargo, el inspector Granado afirmó: “Muy al contrario de lo que dice la gente, el sistema de hidrantes sí funciona”.
Ante la polémica, lo que parece enlazar las opiniones es la conclusión de que el incendio fue provocado. “Al ver que son tres focos y que hay un foco por encima del cortafuegos, todo el mundo sabe que eso es provocado”, aseguró Granado. Rodolfo Castillo, biólogo de la Universidad Simón Bolívar, bombero adscrito al Cuerpo de Bomberos Voluntarios de la USB y Gerente de Proyectos de Bioparques, también opina que “todo incendio es intencional”. El caso está siendo investigado ahora por las autoridades. Fuentes del Cuerpo de Bomberos del Distrito Capital revelaron que por esta razón es que no se conoce con exactitud el número de hectáreas afectadas. Hasta el 31 de marzo, se manejaba una cifra de 230 hectáreas. Granado informalmente calculó que este número representa unas cien veces la dimensión del Estadio Universitario.
Consecuencias y restauración: ¿qué será de El Ávila querida?
“El Ávila no se viene hacia el otro lado”, aseveró Rodolfo Castillo. Los riesgos de deslizamientos debido al impacto de lluvias fuertes son muy leves. Es común que se produzca escorrentía que arrastre montaña abajo el suelo dañado. No obstante, el mayor inconveniente resulta en que las lluvias laven la capa de ceniza que, paradójicamente, funciona como material orgánico. “Las medidas mitigantes adecuadas serían las mismas que se aplican para disminuir la erosión por el agua: terrazas, zanjas y plantones alrededor de cada planta”, agregó el biólogo.
Yazenia Frontado, Coordinadora de Proyectos de Vitalis, indicó que “antes de comenzar a reforestar hay que estudiar las condiciones actuales del terreno para ver cuán afectado resultó y aportarle los nutrientes necesarios para su recuperación”. Las especies que se inserten en el terreno también dependen del estudio de la zona y se debe verificar que sean autóctonas. La idea es mantener la sucesión natural de la que tanto hablaba José Rafael García, 50 años atrás.
Inparques también está preparándose para la reforestación, que comenzará con la llegada de la temporada de lluvias. El inspector Granado indicó que las empresas privadas se han mostrado interesadas en ayudar, y declaró que alrededor de 25 de ellas han ofrecido recursos materiales y humanos. Organismos como el Jardín Botánico trabajan en la creación y mantenimiento de viveros, al igual que organizaciones no gubernamentales como Vitalis. Incluso la Alcaldía de Chacao inició una recolección masiva de plantas. Sin embargo, estos procesos deben manejarse con cuidado y bajo la dirección de los organismos pertinentes.
Este esfuerzo por recuperar el verdor del Warairarepano no sirve de nada si no viene acompañado de la prevención. La presencia de indigentes en El Ávila, el descuido de los campistas y la malicia de algunos individuos son algunos de los elementos que propician la continuidad de estos desastres. Aún así, la intención y la buena voluntad están presentes, y si se mantiene una acción conjunta y se aprende del pasado, los expertos concuerdan en que la meta de un Ávila recuperada para el 2020 no sería imposible.
El cerro El Ávila ardió por varias semanas bajo la mirada dolorosa de los caraqueños, impotentes ante aquella demostración de lo que una intensa sequía atípicamente prolongada puede ocasionar en el medio ambiente. Por supuesto, las causas de esta tragedia ambiental no se le pueden atribuir únicamente a un fenómeno climático. La mano del hombre, bien sea por descuido o acción intencional, constituye el detonante principal de desastres de este tipo. Sin embargo, no es la primera vez que la comunidad vegetal del Warairarepano se ve afectada por incendios forestales de gran magnitud.
El año 2001 culminó con casi 400 hectáreas quemadas, superando los totales de los dos años anteriores. Pero el peor momento lo vivió El Ávila a dos años de haber sido nombrado Parque Nacional: en el incendio de 1960, que se llevó consigo más de 1300 hectáreas de montaña, es decir, en un período menor a dos semanas ardió alrededor de tres veces la cantidad de hectáreas totales del año 2001.
Ante aquella tragedia ecológica, el entonces presidente de Instituto Nacional de Parques (Inparques), José Rafael García, implementó un plan de restauración del ecosistema basado en la sucesión natural. Uno de los principales retos era deshacerse de la vegetación de sabana que, aunque crece con rapidez, inhibe el crecimiento de otras plantas de mayor tamaño y frondosidad capaces de proteger mejor el suelo. Además, arde rápido a la hora de un incendio. Por lo tanto, el objetivo era sembrar las llamadas plantas pioneras autóctonas, como la tara amarilla, y romper con la vegetación de sabana, lo cual ayudaría al posterior crecimiento de árboles, o plantas clímax, y, finalmente, al desarrollo natural del ecosistema.
Este proceso puede aplicarse nuevamente en la actualidad, cuando se inicie el período de lluvias, para recuperar las áreas perdidas en el último gran incendio del 21 de marzo. Incluso, la antigua restauración que rompió con la vegetación de sabana puede facilitar el trabajo de las nuevas labores de reforestación. Sin embargo, esta vez el incendio, aunque de menor magnitud, vino acompañado de un nuevo fenómeno: la calima, causado por la combinación de cenizas, material particular del suelo y sales marinas que queda suspendida en la atmósfera y provoca la aparición de aquella capa grisácea que cualquier observador ingenuo podría confundir con neblina. Lamentablemente, sólo se podrá decir adiós a la calima cuando se salude la llegada de las lluvias.
Tanto este fenómeno meteorológico como la voraz propagación de los incendios se deben sobre todo a un factor de suma importancia, ausente en los años 60, e incluso en el cercano 2001, y cuya cuota de responsabilidad es aceptada por conocedores y expertos en la materia. Se trata de la sequía, alargada y fortalecida por el fenómeno climático “El Niño”. Esto abre algunas interrogantes sobre el balance entre la mano del hombre y la naturaleza en cuando a las causas, consecuencias y soluciones de desastres ambientales como los incendios forestales en El Ávila.
La columna de humo: ¿Intención o negligencia?
Al final de la tarde, el domingo 21 de marzo, la central de radio de la Estación de Bomberos Forestales “Pajaritos” recibió un llamado de alerta de la frecuencia Ávila 25. Como bien sabe Alexis Granado, Inspector General de Servicios en esta estación, el llamado correspondía al puesto del guardaparques ubicado en Duarte. Admitió luego que durante el año se han presentado alrededor de 70 incendios en la zona, por lo que la llamada de algún guardaparques reportando una “columna de humo”, terminología utilizada para referirse a posibles incendios, no es del todo inusual. Se desplegaron entonces las unidades de verificación y, efectivamente, se detectaron las llamas. Según el inspector, el personal conectó con la red de hidrantes, que cuenta con una presión de 550 libras. Sin embargo, el procedimiento resultó inefectivo ante lo que ahora eran llamas de siete, ocho y nueve metros de altura.
Fueron tres focos distintos, ubicados entre los estribos de Cachimbo y Duarte, los que amenazaron de muerte a la vegetación del Parque Nacional, y en esto vuelve a diferir dicha hoguera con la del 60. La imposibilidad de controlar el fuego por descargas terrestres y la deshidratación de la flora provocó que el incendio se propagara peligrosamente. Se activó el uso de helicópteros de la Guardia Nacional para hacer descargas aéreas y personal de contingencia por aire y tierra. Gregory Pérez, bombero forestal, admite haber flaqueado ante las llamas ubicadas a escasos metros de su cuadrilla. Su labor como parte del personal de tierra era elaborar líneas de defensa y zanjas para detener el fuego. También tuvo que enfrentarse a incendios subterráneos. “Son incendios en los que no ves la llama como tal, las llamas están es a nivel del colchón vegetal y lo que se ve es humo”, explicó el bombero.
A pesar de la ardua labor, hubo expertos que criticaron la forma en la que se manejó el control del desastre, entre ellos el mismo José Rafael García quien, al igual que su colega Mario Gabaldón, presidente de Inparques entre 1989 y 1995, denunció a los medios el escaso mantenimiento del cortafuegos y del sistema de hidrantes. Sin embargo, el inspector Granado afirmó: “Muy al contrario de lo que dice la gente, el sistema de hidrantes sí funciona”.
Ante la polémica, lo que parece enlazar las opiniones es la conclusión de que el incendio fue provocado. “Al ver que son tres focos y que hay un foco por encima del cortafuegos, todo el mundo sabe que eso es provocado”, aseguró Granado. Rodolfo Castillo, biólogo de la Universidad Simón Bolívar, bombero adscrito al Cuerpo de Bomberos Voluntarios de la USB y Gerente de Proyectos de Bioparques, también opina que “todo incendio es intencional”. El caso está siendo investigado ahora por las autoridades. Fuentes del Cuerpo de Bomberos del Distrito Capital revelaron que por esta razón es que no se conoce con exactitud el número de hectáreas afectadas. Hasta el 31 de marzo, se manejaba una cifra de 230 hectáreas. Granado informalmente calculó que este número representa unas cien veces la dimensión del Estadio Universitario.
Consecuencias y restauración: ¿qué será de El Ávila querida?
“El Ávila no se viene hacia el otro lado”, aseveró Rodolfo Castillo. Los riesgos de deslizamientos debido al impacto de lluvias fuertes son muy leves. Es común que se produzca escorrentía que arrastre montaña abajo el suelo dañado. No obstante, el mayor inconveniente resulta en que las lluvias laven la capa de ceniza que, paradójicamente, funciona como material orgánico. “Las medidas mitigantes adecuadas serían las mismas que se aplican para disminuir la erosión por el agua: terrazas, zanjas y plantones alrededor de cada planta”, agregó el biólogo.
Yazenia Frontado, Coordinadora de Proyectos de Vitalis, indicó que “antes de comenzar a reforestar hay que estudiar las condiciones actuales del terreno para ver cuán afectado resultó y aportarle los nutrientes necesarios para su recuperación”. Las especies que se inserten en el terreno también dependen del estudio de la zona y se debe verificar que sean autóctonas. La idea es mantener la sucesión natural de la que tanto hablaba José Rafael García, 50 años atrás.
Inparques también está preparándose para la reforestación, que comenzará con la llegada de la temporada de lluvias. El inspector Granado indicó que las empresas privadas se han mostrado interesadas en ayudar, y declaró que alrededor de 25 de ellas han ofrecido recursos materiales y humanos. Organismos como el Jardín Botánico trabajan en la creación y mantenimiento de viveros, al igual que organizaciones no gubernamentales como Vitalis. Incluso la Alcaldía de Chacao inició una recolección masiva de plantas. Sin embargo, estos procesos deben manejarse con cuidado y bajo la dirección de los organismos pertinentes.
Este esfuerzo por recuperar el verdor del Warairarepano no sirve de nada si no viene acompañado de la prevención. La presencia de indigentes en El Ávila, el descuido de los campistas y la malicia de algunos individuos son algunos de los elementos que propician la continuidad de estos desastres. Aún así, la intención y la buena voluntad están presentes, y si se mantiene una acción conjunta y se aprende del pasado, los expertos concuerdan en que la meta de un Ávila recuperada para el 2020 no sería imposible.